“Cuando contemplamos una flor, podemos ver en ella todo el cosmos”

“Cuando contemplamos una flor, podemos ver en ella todo el cosmos”

Thich Nhat Hanh

22 de noviembre de 2011

Toma un café contigo mismo


Así reza el título de un libro de Walter Dresel que viene a ser un auténtico manual de autoestima. Es una invitación a hacer diariamente un alto en el camino  o un hueco en nuestra apretada agenda para dialogar y encontrarnos con nosotros mismos, con el fin de conocernos un poco más y comprendernos un poco mejor. Es una invitación a encontrar ese tiempo precioso para disfrutar, a solas, en silencio y sin prisas, del aroma y el sabor de la vida (la que late dentro pero también la que nos envuelve), de todo aquello que nos hace felices, que nos hace sentir bien, que nos devuelve la alegría de vivir.

         Tomarse un café con uno mismo es algo así como una oportunidad  de cambio que nos brindamos, un regalo que nos hacemos con la intención de creer en nosotros mismos, confiar en la vida, desplegar nuestro potencial dormido, superar viejas etiquetas de incapacidad, los complejos de inferioridad y los autosabotajes que nos imponemos para frenar nuestras ansias de libertad. Tomarse un café con uno mismo es permitirse ser uno mismo, más allá de lo que esperan o desean los demás, sin que importe el qué dirán o cómo me juzgarán, sin que sea necesario agradar y complacer, importando tan sólo ser.

         Desarrollar una sana imagen de uno mismo, elaborar una personalidad responsable y madura, mentalmente lúcida y emocionalmente equilibrada, tejer una autoestima saludable que no haga aguas, que no se tambalee en función de los vaivenes y tempestades de la vida, que no se resquebraje en pedazos a tenor de opiniones ajenas, que no ceda ni se doblegue ante la adversidad o los contratiempos, es tarea harto difícil que requiere constancia, tenacidad, tiempo, paciencia. Por eso es tan importante dedicarnos unos minutos diarios a entablar un diálogo fructífero con nosotros mismos, una conversación rica y fluida que nos permita, en ocasiones, distanciarnos de los conflictos para contemplarlos con objetividad, con otros ojos y desde otras perspectivas; en otras ocasiones, acercarnos a nuestra realidad más íntima y profunda, ya que es ahí donde maduran los frutos más fecundos,  donde nacen las soluciones más acertadas, las respuestas más sabias.

         Tomarse un café con uno mismo significa dedicarse tiempo para mirar dentro, para conocernos, para que nada verdaderamente valioso se nos escape, para que ningún atardecer, ninguna brisa, ningún aroma pasen desapercibidos, para que ningún sueño se quede tan sólo flotando en el viento, para que nos armemos de valor y descubramos dentro nuestro todos los colores, fragancias y sonidos de la vida, todos los matices, variedades y posibilidades que, delicadamente, tapizan las paredes del alma, dotándola de sentido y sensibilidad.

         Significa también encontrar tiempo para ser amable con uno mismo, tratarse con respeto y aceptarse incondicionalmente, sin por ello caer en el conformismo hacia aquello que no nos gusta y está en nuestra mano cambiar. Tiempo para aprender a ser nuestro mejor amigo, aquel con el que conversamos, al que apreciamos y cuya opinión nos importa, aquel que camina a nuestro lado, el que nos anima o el que se sonríe cuando tropezamos. Ser amable con uno mismo no es sinónimo de egoísmo, es una apuesta por la estima, el respeto y la dignidad que como seres únicos e irrepetibles nos merecemos, una oportunidad para asumir la responsabilidad de nuestra vida y nuestras decisiones, aprendiendo de nuestros errores, sin enmascarar o disfrazar nuestros fracasos, sin postergar lo único que realmente importa: la felicidad, la armonía, la paz interior. Conquistas que no vienen de la mano del rechazo, la indiferencia  o el odio hacia uno mismo sino de la comprensión de nuestra naturaleza y el conocimiento de nuestra verdadera esencia.

         Tomarse un café con uno mismo supone también explorar ese vasto mundo interior que desconocemos o ignoramos, permitir que salga a la luz lo mejor de nosotros mismos, el enorme tesoro de nuestras fortalezas, cualidades, talentos y virtudes, todo un rico potencial que aguarda dormido a la espera de ese genio benéfico que sepa despertarlo. Supone bucear lo insondable en busca de esa belleza oculta que existe pero que hemos arrinconado o sumergido por miedo, comodidad o cobardía, y descubrir la luz que atesoramos, tantas veces velada por los prejuicios y los condicionamientos sociales.

         Tomarse un café con uno mismo es, también, dedicarse un tiempo precioso del día o de la existencia para convertir los obstáculos en oportunidades, los escollos en peldaños de superación y crecimiento; abandonar los juicios y severas condenas que nos prodigamos cuando las cosas no salen conforme a nuestros deseos, es levantarse tras cada caída,  extraer de los duros momentos lecciones de vida, soltar lastre y retomar el vuelo, rehacerse continuamente, y continuamente reinventarse, sobrevivir al desánimo, sobreponerse a la desesperanza, templar el alma sirviéndose de los fracasos, no tomarse nada personalmente ni darse demasiada importancia.

         Llevamos vidas demasiado aceleradas para detenernos a observar y contemplar, a reflexionar sobre preguntas clave: “¿qué quiero para mi vida?, ¿estoy satisfecho?, o ¿hacia dónde me dirijo, cuál es mi norte o el viento que persigo, qué sueños cabalgo o qué horizontes dibujo?”,  preguntas clave si queremos dotar de sentido a nuestra vida, si no queremos naufragar a la deriva, si queremos lograr un mínimo de bienestar interior y de armonía.

         Por eso, insisto, es necesario hacer un alto en el camino, tomarse un café con uno mismo, y atreverse a conocerse, a mirarse y descubrirse, a estimarse y respetarse, a no rendirse. Porque, como muy bien dice Mario Benedetti:

“aunque el frío queme
y  aunque el miedo muerda,
aún hay fuego en tu alma,
 aún hay vida en tus sueños”