“Cuando contemplamos una flor, podemos ver en ella todo el cosmos”

“Cuando contemplamos una flor, podemos ver en ella todo el cosmos”

Thich Nhat Hanh

1 de octubre de 2012

El Camino de la Vida


         Este verano tuve la oportunidad de hacer durante unos días el Camino de Santiago del Norte (7 etapas). Sentía esa necesidad apremiante y urgente de respirar el aire puro de la montaña, dejar que se mecieran mis sueños al ritmo de la brisa y de las olas, escuchar a las gaviotas sobrevolando mi corazón, perder la mirada en horizontes infinitos y puestas de sol enamoradas, regalarme instantes, colgarme en brazos de la Vida y permitir que el camino apareciera y me insinuara su cadencia.

        Fue una experiencia intensa y profunda que, por cierto, ya he vivido en dos ocasiones anteriores, con duración, expectativas y vivencias muy distintas. Nunca un camino es igual a otro, ni se repiten las historias aunque recorras los mismos paisajes. El alma cambia y la percepción, el decorado, los personajes, también. Y es que en el Camino proyectamos lo que llevamos dentro, vemos lo que somos, creamos lo que creemos acerca de nosotros mismos y de la Vida.

        Muchas son las huellas que deja en el alma el Camino, las reflexiones que nacen del silencio mientras tus pasos avanzan siguiendo las flechas (del corazón). Muchas de las lecciones que te depara cobran sentido a la vuelta, cuando las haces verdaderamente tuyas y las incorporas a tu día a día, cuando descubres que gracias a la impronta que te han dejado, ya no puedes ver las cosas de la misma manera, ni puedes actuar o comportarte según los viejos parámetros que te sugirió la educación recibida. Algo cambia dentro de ti y ese cambio es irreversible e impagable.

        El Camino de Santiago es el Camino de la Vida, dice un amigo (ver Grian: “EL Camino de Santiago es el Camino de la Vida”, Ed. Obelisco, 1998), y dice bien. Yo misma lo he comprobado en tres ocasiones.  Gracias a él, aprendes a conocerte, a descubrir tu potencial dormido y tus fortalezas internas, o, en otras ocasiones, a ser consciente de tus propios límites para aprender a rebasarlos o para no dejar que frenen tu avance, ya que la mayoría de las veces los límites nos los ponemos nosotros mismos. Nuestra mente cercena nuestras alas, nuestras creencias entorpecen nuestros pasos, la pesada carga del pasado condiciona nuestro futuro,  los grilletes de nuestra inconsciencia amordazan el presente, los velos de la ignorancia nos impiden ver con claridad y disfrutar de la Vida con toda el alma.

        Gracias a la experiencia del Camino aprendes a confiar en tus propias capacidades e intuiciones, a entregarte con pasión y rendirte, sin ningún género de dudas, a la  Vida, porque ella, mejor que tú, sabe a dónde te lleva, despliega tus alas, el pergamino de tu consciencia para que puedas explorar otros paisajes y vislumbrar otros horizontes. El Camino nutre tu fe y alimenta tu esperanza, te invita a mirarte dentro para contemplar lo de fuera con otros ojos, y a ver reflejos de tu universo interior en cada piedra, en el polvo, en el cansancio, en la mariposa,  en el llano, en la cuesta, en la lluvia y el viento, en cada peregrino que camina a tu lado, en las dificultades y los contratiempos…

        Cada experiencia del Camino es singular, te reta de maneras distintas,  te somete a prueba de formas diversas, te enseña lecciones únicas, imprescindibles para esa etapa de tu vida,  te concede regalos inesperados, te sorprende y te arrebata la mirada, te seduce y te enamora con la engarzada sabiduría de sus hebras. La Vida no obra por casualidad, te enseña lo que necesitas en cada momento. Lo que yo he aprendido en estas 7 etapas es crucial para mi aventura vital presente.

        ¿Y qué es lo que ha aportado, con sutiles dedos, el alma del Camino a mi propia alma? Quizá, la vivencia del presente. Y me explico.

Yo soy muy dada a generar expectativas y planificar el futuro, que casi nunca se cumple tal y como he diseñado, alentando así la frustración y dando alas al desengaño; a esperar resultados en una dirección determinada (la que marca el deseo, pero no, a lo mejor, la conveniencia), a encajar mal que las cosas no salgan como yo las he imaginado, y en esas anticipaciones me pierdo, muchas veces, disfrutar de la magia del instante.  Queriendo lograr algo mañana, sacrifico este momento, que es único e irrepetible. Esta vez, sin embargo, no planifiqué en absoluto el viaje, quería que la Vida me sorprendiera y el Camino apareciera, que mis pasos me llevaran donde quisieran, tan sólo quería obedecer y seguir las flechas amarillas de mi corazón, aprender a escuchar sus ritmos para que mis pasos se acoplaran a él. No esperaba nada, salvo caminar, sentir, gozar con todos los sentidos abiertos y el alma ilusionada. Sentía cada mañana, al iniciar la etapa, la plenitud de estar viva y agradecía la oportunidad que se me brindaba para extraerle a ese día todo su jugo, para desplegar al máximo mi potencial físico, mental, emocional y espiritual, para no perderme nada,  y llenar mi mirada de luz, de cielos abiertos, de horizontes azules, de mar y de vida. 

       Otra enseñanza vital, unida a la anterior: comprender la trascendencia del simple hecho de caminar, de moverte, de dejarte llevar por el impulso y el ritmo que marcan los pies que tan sólo quieren dar un paso tras otro, sin más objetivo, sin más pretensiones. Suelo tener siempre presente en la memoria del corazón los versos del poema “Itaca”, de Kavafis. También suelo echar mano de los de Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar, al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca, has de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar”. Me han parecido, desde niña, versos sublimes que expresan, mejor que muchas teorías filosóficas o psicológicas, el verdadero sentido de la vida, su esencia. Pero ni la admiración poética ni la comprensión intelectual son suficientes para entender el contenido de estos versos. Hay que vivenciarlo para poderlo integrar y hacerlo tuyo. Una buena ocasión para este ejercicio de incorporación a la mochila de nuestra alma es el Camino de Santiago. Y, creo que es la primera vez que yo he captado su mensaje con total transparencia y honda nitidez. Salí con el único propósito claro de caminar, de andar, es lo que me pedía el cuerpo y el alma, sentía urgencia por deslizar los pies sobre la tierra, dejarlos libres y sueltos para que ejecutaran su particular danza.  Y me llevaron bien, porque los pies se aliaron con el corazón y me invitaron a recorrer sus sendas, con otros ojos, con otra disposición anímica, con otra actitud.

  A mi regreso, este hecho ha dejado su huella, su impronta. Cada mañana me levanto con la sensación de que lo importante no es dónde se llegue, arribar a la meta, sino caminar, no dejar de moverse, de vivir, sentir, experimentar,  hacerse uno con el camino, fundirse con los pies, poner el alma en cada paso, impulsar con la mente el ritmo adecuado para que la prisa o la impaciencia no te roben la capacidad de disfrutar de cada instante, cada paisaje, cada experiencia, cada tramo de la vida. A veces hay que dar un primer paso decisivo para que la Vida nos salga al encuentro, el camino aparezca y el Universo conspire para que se hagan realidad nuestros sueños. Es necesario vencer las inercias de la comodidad, la pereza o el miedo, romper esas cadenas mentales que nos limitan y lastran, apostar por el cambio, esa transformación personal e intransferible que nos convierte en auténticos peregrinos de la Vida, o, como diría otro poeta y el viento: “ en romeros que cruzan siempre por caminos nuevos”.

      He aprendido muchas cosas, pero, quizá, éstas dos que he expresado son suficientemente importantes como para que les dedique mi tiempo, las ponga en práctica, las viva. Una lección está aprendida sólo cuando somos capaces de vivirla, no porque nos la sepamos de memoria o la repitamos como un papagayo. Ojala se conviertan en mi segunda piel,  en mi naturaleza verdadera, queden incorporadas en mis genes psíquicos, grabadas en mi conciencia.

        Tan sólo 7 días han bastado para dinamitar viejas ideas, cortocircuitar viejos hábitos, vaciar las rancias estancias de mi alma. Tan sólo 7 días para que mis ojos recuperaran la ilusión, y la mirada recobrara su brillo, para que me nacieran alas, para que el corazón estallara de dicha.  Y es que…,  caminar sin más preocupación ni meta que acariciar la tierra, ser uno mismo el camino, fundirse con la mochila, hacerse uno con el entorno, con todo lo que te rodea, danzar con la Vida, cabalgar los vientos, navegar los sueños, remontar el cielo, destrabar el tiempo y el miedo, sentirse libre para perfeccionar el vuelo (como haría J.S. Gaviota), sentirse dueño del propio destino, aligerar el equipaje y simplificar lo banal y superfluo…, eso ¡no tiene precio!
"Sueña lo que te atrevas a soñar, ve donde quieras ir.
sé  lo que quieras ser...
¡Vive!"