“Cuando contemplamos una flor, podemos ver en ella todo el cosmos”

“Cuando contemplamos una flor, podemos ver en ella todo el cosmos”

Thich Nhat Hanh

10 de marzo de 2012

Sé impecable con tus palabras


“Si lo que vas a decir, no es mejor ni más hermoso que el silencio, mejor no lo digas”


Proverbio árabe
       
       Si importante es cultivar el noble arte de la escucha activa, consciente y responsable,  para poder captar el verdadero mensaje que nos envía el alma del otro, sus necesidades, alegrías o sufrimientos; si importante es hacer el silencio en nuestro interior para aprender a escuchar con el corazón y permitir que la Vida nos hable o nos insinúe sus cadencias, no lo es menos aprender a expresarnos, comunicar sentimientos, hacer un uso correcto de las palabras, ese poderoso instrumento de creación y transformación.

         Es verdad que hablamos mucho y nos parecerá que lo que decimos merece la pena, pero no cesamos de repetir las mismas viejas cantinelas, de agotar una y otra vez los mismos argumentos, de utilizar cansinamente los mismos temas. Nos parecerá que somos elocuentes, originales en nuestros planteamientos, fervientes defensores de lo que decimos y consecuentes con lo que decimos, pero en realidad nuestras palabras están, muchas veces, vacías de contenido y de vida; nuestras frases grandilocuentes son como hermosos envoltorios que no contienen nada relevante o significativo,  incapaces de transformar o trascender la realidad que vivimos. No sabemos comunicar ideas ni expresar sentimientos, transmitir conceptos o mejorar el silencio. Salvo algunos dignos representantes del mundo de las letras y del pensamiento, no somos capaces de cautivar o acariciar con las palabras.

         Mi propuesta de hoy es simple, reivindicar la sabia utilización del lenguaje, recuperar el noble arte de la comunicación, aprendiendo a ser impecables con las palabras.

Miguel Ruiz, autor de
"Los cuatro acuerdos"

         Quizá no somos conscientes del poder que tiene la palabra para crear la realidad, para conformar los acontecimientos que tienen lugar en nuestra vida. Pero es así: las palabras son la herramienta más potente que tenemos como seres humanos, el instrumento de la magia, como nos recuerda Miguel Ruiz en “Los cuatro acuerdos”. Con ellas podemos crear el sueño más hermoso o destruir todo lo que nos rodea, podemos ensalzar o humillar, acariciar o herir, agradecer o avergonzar, sonreír o difamar; podemos generar vida y belleza o, por el contrario, convencer para que se cometan los más atroces actos de violencia, como ocurrió en la Alemania nazi. Hitler utilizó este poder para manipular a un país entero de gente inteligente; con sus palabras activó el miedo y el mundo estalló en guerra. Por el contrario, otros, poetas, literatos, filósofos, científicos y pensadores de todos los tiempos se sirvieron de la palabra para componer los más bellos poemas, escribir las más emocionantes historias, para forjar sueños o descubrir ignotos misterios, comunicar la sabiduría o compartir la verdad hallada; utilizaron el poder del lenguaje como bálsamo para calmar las penas del alma, aconsejar o bendecir, para agradecer o apoyar, para rezar o para amar.

         El instrumento es el mismo, pero mal utilizado ocasiona perjuicios cuyo alcance ignoramos; creemos que las palabras se las lleva el viento, pero, en realidad, nada se pierde en el Universo. Lo que lanzamos contra otros acaba volviendo como un boomerang hacia nosotros, y cuando hacemos daño a alguien, nos estamos infligiendo ese mismo daño a nosotros mismos. Vale la pena que meditemos sobre esto para no incurrir en ese error tan habitual de no pensar lo que decimos, de hablar por hablar, de malgastar las palabras banalizando en exceso un poder que es capaz de crear vida y que con demasiada frecuencia sólo genera confusión y malos entendidos.

         “Ser impecable con las palabras” supone tomar consciencia de lo que nos decimos a nosotros mismos y a los demás, de la intención que ponemos, del verdadero propósito, de la energía con que nutrimos las palabras que elegimos. Ser impecable significa ser consciente de que nuestra mente es un campo fértil donde podemos plantar semillas de verdad o de mentira, abonar ideas o pensamientos de perdón o de venganza, de esperanza o de miedo, de amor o de odio  y apostar siempre por aquellas semillas que no atentan contra la vida, que favorecen la comprensión y el respeto, por aquellas que crean y edifican. Ser impecable es no ir contra ti mismo ni contra los demás, es utilizar sabiamente tu energía para hacer prevalecer  la verdad de tu corazón, no hacer de la mentira un hábito al comunicarte con los demás ni buscar excusas para engañarte a ti mismo.

          Basándome en el autor y el libro antes citados, voy a resumirte algunas ideas para aplicarlas en tu vida cotidiana y para que puedas cultivar la impecabilidad a la hora de hablar.

         1.- En primer lugar, reflexiona sobre el poder de las palabras, cómo afectan  a tus emociones o influyen en tus estados de ánimo, de qué modo unas te animan, te elevan la moral o te hacen sentir bien, mientras otras te hieren o te abaten. Cuando seas capaz de sentir el poder que yace en el interior de las palabras, cuando te hagas consciente de lo que en ti generan o de la energía que desprenden, te resultará más fácil escogerlas con cuidado, hablar con integridad y decir solamente lo que quieres decir.

         2.- La segunda idea tiene que ver con las frases de uso común, que aprendimos de niños y repetimos hasta la saciedad, sin saber muy bien qué significan y hasta qué punto se materializan en el plano físico. Son frases, aparentemente inocuas, pero que actúan como profecías que se cumplen, vaticinios que se hacen realidad. Seguro que te suenan frases como: “no puedo, es imposible”, “soy demasiado viejo para esto o aquello”, “estoy harto de esta situación”, “no me lo puedo permitir”. Pregúntate si quieres seguir reforzando estos mensajes, si quieres seguir manteniendo un diálogo contigo mismo que frustra todas tus aspiraciones, que boicotea tus iniciativas, que te impone la derrota o la resignación antes de tiempo, o, si, por el contrario, decides plantar otras semillas y palabras más fecundas y alentadoras que movilicen en ti los recursos necesarios para una auténtica transformación personal. Cuida tu lenguaje y no actúes en tu contra insultándote a ti mismo. Aplica esta máxima también a los demás y no les insultes de forma gratuita ni a la ligera, no les condenes con frases lapidarias como: “eres un pelmazo, vete al cuerno o piérdete”. Trata a los demás con el mismo respeto que tú deseas para ti y no olvides que un insulto te describe más a ti como persona que a la que va dirigido. Comprométete a limpiar tu forma de hablar. No generes basura, ni envíes dardos envenenados porque lo que siembres, recogerás.

         3.- Una tercera recomendación nos previene frente al chismorreo, un hábito demasiado extendido. Convendría preguntarse si somos conscientes de su poder destructivo. El chismorreo esparce veneno emocional, perpetúa el miedo, manipula, tergiversa la verdad, la deforma, daña y mata cualquier relación. Al principio puede resultar difícil evitar los chismes por completo, tan arraigados están en nuestros códigos de conducta,  pero con el tiempo decidir romper este hábito y liberarse de él, puede transformar tu vida. Atrévete, incluso, a dar el paso de tratar de disuadir a los demás de que sigan contando chismes. Permanece consciente y despierto y niégate a participar en ese juego lamentable de juzgar, criticar y chismorrear sobre otras personas

         4.- Otra importante recomendación señala en la dirección de aprender a liberarnos de la necesidad de tener siempre razón, imponiendo nuestras opiniones a los demás. Es verdad que cuando intentamos defender nuestros puntos de vista nos emocionamos y acaloramos visiblemente, que vibramos apasionados y dispuestos a convencer a los demás de la verdad de nuestras tesis y que podemos llegar a seducir y a hechizar con la brillantez de nuestra elocuencia. Pero nos olvidamos que una opinión es tan sólo un punto de vista, no necesariamente la verdad, y que por tanto no hay nada que defender ni tenemos derecho a convencer ni a tener más razón que el otro. Podemos utilizar sabiamente las palabras para argumentar, pero no para ridiculizar al contrario ni para quedar por encima ni para creernos en posesión de una verdad que a nadie pertenece. ¡Cuántos dramas emocionales habríamos evitado, cuántas rupturas no se habrían llegado a producir si hubiésemos sabido parar a tiempo una discusión que no conducía a ninguna parte!. Defiende tus opiniones, si lo crees oportuno, pero no quieras tener siempre la razón.

         5.- Por último, utiliza el poder y la magia de las palabras en la dirección correcta de la verdad, el amor y el respeto.  Con ellas crearás un entorno más agradable, que te permitirá sentirte mejor y dar lo mejor de ti, que ayudará a sacar lo mejor de los demás y a explorar nuevos paisajes en lo concerniente a la relación y la comunicación humanas. Crea con tus palabras un clima de confianza y esperanza, un ambiente propicio para el desarrollo de tu potencial, para el logro de tus metas y la consecución de tus sueños. Aunque no puedas evitar que los fantasmas del pesimismo o los nubarrones de la desesperanza sobrevuelen sobre tu cabeza, sí puedes impedir que aniden en tu mente y en tu alma.

Escoge bien tus palabras, las que te vayan a guiar por la senda del bienestar y la paz, las que contribuyan a crear espacios de encuentro, amistad y respeto, aquellas que abran la puerta a la felicidad. En resumen, sé impecable, íntegro y honesto con tus palabras porque ellas, su poder, su intención y su energía, crearán tu realidad.

Y no olvides que "eres esclavo de tus palabras y dueño de tus silencios"