Vayan mis primeras palabras del año, en este blog,
dedicadas a la esperanza.
Y he elegido para encabezarlas dos versos de un poema de
Mario Benedetti: “No te rindas”.
En
estos tiempos en los que los pájaros de la inquietud y la incertidumbre se
ciernen sobre nuestras cabezas como negros nubarrones dispuestos a descargar
sobre nosotros la lluvia del desánimo, el pesimismo, la resignación o la
apatía, creo que sería bueno invitar a la esperanza a sentarse a nuestra mesa,
poblar con sus semillas fecundas nuestra mente o morar en nuestros corazones.
De no hacerlo, quizá, vayamos perdiendo nuestras ilusiones por el camino o sepultando nuestros sueños, o lo que es peor,
dejando que otras instancias políticas o económicas que pretenden manipularnos
y aborregarnos, acaben cercenando nuestras alas o robándonos la dignidad o el
futuro, los derechos conseguidos o los logros obtenidos con tanto esfuerzo.
Estamos ante un desafío y urge acometerlo.
Cuenta
una célebre leyenda de cuando los dioses habitaban el Olimpo y se mezclaban con
los humanos, que, Epimeteo, prendado de la hermosura de Pandora, decidió
casarse con ella. Fue entonces cuando se dispuso a abrir la caja que Zeus, el
rey del Olimpo, le había entregado como regalo. Casi al instante salieron de
aquélla todos los males que imaginarse pueda: la guerra, el hambre, la miseria,
la enfermedad, la muerte…, y, Epimeteo, espantado al ver cómo la tierra se
cubría de tanta calamidad, tapó con presteza la maldita caja sin saber que con
ello acrecentaba más el daño, pues dentro de ella quedó encerrada la esperanza.
Sólo
hace falta ver la televisión o abrir un periódico para comprobar la vigencia y
actualidad de este mito. Es como si se hubiera vuelto a destapar la caja de
Pandora y estuviéramos asistiendo, impávidos y estupefactos, al vaciado de su
contenido, y con la misma presteza la estuviésemos tapando para amortiguar el
daño que está ocasionando. Y nuevamente, como en la leyenda, lo acrecentamos
porque hemos dejado enterrada, en el fondo de la caja, la esperanza.
No sé
si lo más fácil en situaciones adversas es quejarse, resignarse, buscar
culpables fuera o conformarse con un estado de cosas aparentemente sin
solución. No sé si lo más cómodo es ver callejones sin salida, ignorar caminos
alternativos o negarse a explorar paisajes nuevos. No soy quién para juzgar las
opciones que cada persona, en su intransferible circunstancia, elige. Tampoco sé si para algunos hablar de
esperanza es pecar de ingenuo o poco realista, simplificar la realidad,
embarcarse en quimeras inalcanzables o aventurarse con molinos de viento
convertidos en gigantes.
Lo
importante para mí es la libertad de decidir qué hacer, y prefiero actuar a
callar, construir a destruir, sumar a restar, movilizar energías que agostarlas
en el lamento, generar ilusiones que cercenarlas, sembrar esperanzas que
marchitarlas por falta de cuidado y atenciones; prefiero creer y confiar en la
vida, que angustiarme y caer en el pozo sin fondo del pesimismo, convertir los
escollos en peldaños y los contratiempos en oportunidades, crecerme a rendirme.
Creo firmemente en el poder de la esperanza y en el enorme potencial que
atesora el alma (el fondo de la caja), capaz de sacar lo mejor de sí misma y
ponerla a disposición de nuestros más nobles anhelos. Estoy de acuerdo con
Mario Benedetti cuando escribe: “… aunque el frío queme, / aunque el miedo
muerda, / aunque el sol se esconda y se calle el viento, / aun hay fuego en tu
alma, / aun hay vida en tus sueños…”.
No me
resisto a darle una oportunidad a la esperanza, como tampoco me resistiría a
dársela a la paz. No
pretendo engañarme, cerrar los ojos, negar lo innegable, ponerme una venda y
hacer como si nada. Quiero tan sólo cobrar impulso, seguir caminando, no detener
mis pasos, avanzar para no retroceder ni quedarme estancada en el desánimo o el
desengaño (emociones que no son constructivas, creativas, edificantes); quiero
renovar cada día mis ilusiones, elegir cada mañana ponerme la sonrisa -al mal
tiempo buena cara-, mirar hacia delante, cambiar mis viejos hábitos, no
conformarme con el horizonte, si puedo buscar el infinito. No quiero que los malos presagios o los
apocalípticos augurios se posen en mi corazón o duerman en mi almohada. ¿De qué
me serviría?. Si hay un quijote dormido en mi alma, quisiera despertarlo y
animarlo a que siguiera deshaciendo los entuertos, luchando por su amada,
venciendo a los molinos, aventurándose en el proceloso océano de la vida, conquistando
Baratarias imposibles o rescatando del olvido la esperanza.
Los
antiguos griegos, los griegos de la Edad de Oro, apreciaban y valoraban esta
virtud y la cultivaban desde muy jóvenes. Para ellos, la esperanza era más que
la simple ilusión ingenua de que, al final y no se sabe bien por qué, todo iba
a ir bien, era más que una cualidad que hacía soportable las numerosas
penalidades de la
existencia. Era sinónimo de fe en la Vida y confianza en que uno mismo, dando lo mejor, puede
superar las dificultades. En su opinión, tener o conservar la esperanza es
un acto voluntario por el que el ser humano no desdeña nada de lo que pueda
aspirar ni se abandona a la pereza, el mayor de los vicios. Exige, pues, grandeza de espíritu y humildad. Grandeza para poner el alma en lo
que queremos conseguir aunque nos ensuciemos las manos, para dar lo mejor, para
desplegar todo el potencial, a pesar de las dificultades y los que pretenden
sumirnos en la
resignación. Humildad para prevenirnos de las falsas
idealizaciones y creencias. Estaría bien no olvidar a estos dos aliados de la
esperanza, estas dos alas, en unos tiempos en que se premia la necedad, la
ignorancia, la cortedad de miras, la presunción y la arrogancia, malos
consejeros, aves de mal agüero.
Como he
repetido en numerosas ocasiones, creo que no somos marionetas en manos de un
destino caprichoso o de unos dioses vengativos que pretenden aniquilarnos (eso
ya lo hacemos nosotros sin intervención divina), no estamos a merced de los
vientos que nos quieren zarandear de un lado a otro para hacernos perder el
equilibrio o la armonía.
La vida la construimos día a día con nuestras actitudes
mentales y la energía que movilizan nuestros corazones. Depende de nosotros
cómo vivirla, es nuestra responsabilidad, está en nuestras manos. Yo elijo
teñirla de esperanza ahuyentando así los sombríos nubarrones. Me niego a que la
vida pierda su color porque “… aun hay fuego en mi alma, / aun hay vida en mis
sueños”.
NO TE RINDAS
No te rindas,
aun estas a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.
No te rindas
que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.
No te rindas,
por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo también el
deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.
Porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.
Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas
por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque cada día es un comienzo,
porque esta es la hora y el mejor momento,
porque no estas sola,
y porque
yo te quiero.
Mario Benedetti