Vivir desde el
corazón
Hubo una vez, siendo yo niña, en que, huyendo del dolor y la soledad, me refugié en mi interior. Fue una época muy fértil, rica y profunda en la que me ocupé de cuidar el jardín de mi alma y cultivar sus flores para regalarme a mí misma su fragancia.
Derroché una gran imaginación. Había días en que echaba discursos a la manera de los políticos de la época o los entrevistaba a la vez que respondía. Otras veces jugaba a imitar al hombre del tiempo (Mariano Medina, en aquel momento), dibujando en una pequeña pizarra negra, que me habían traído los Reyes, isobaras, anticiclones y borrascas. Pronosticaba el tiempo que iba a hacer al día siguiente aunque yo misma no entendía lo que decía. Me limitaba a utilizar y repetir las palabras que oía.

Al rato siguiente me ponía a imitar a Félix Rodríguez de la Fuente, el amigo de los animales, el amigo de los niños. Quizá mi amor por la Naturaleza venga de allí. También se me daba bien imitar a un crítico de cine –Alfonso Sánchez- que tenía un habla muy peculiar y que despertó en mí la pasión por el cine. ¡Cuántas vidas y emociones diferentes me regaló el 7º Arte!
En alguna ocasión también imité a mi abuelo dando instrucciones por teléfono.
Rara vez jugué con muñecas. En la vieja casa, quedaron intactas metidas en sus cajas, sin apenas ser estrenadas. Prefería ser médico, cura o maestra -siempre con una pizarra, un bolígrafo o una libreta-, escribir poemas o sumergirme en las historias fantásticas a que me invitaba la lectura, ensimismarme y pensar, mirar y soñar hacia dentro.

Poblaron mi mundo infantil infinidad de lecturas que me abrieron ventanas al mundo y, llegada una edad en que mi mente era capaz de asimilar otros puntos de vista, otros pensamientos, me sumergí en lecturas más profundas. De esa época data “El principito”, “Juan Salvador Gaviota”, “El lobo estepario”, “Demian” o “Sidharta”. Más tarde descubriría a R. Tagore (que me enamoró), a K. Gibrán y a Erich Fromm. Todos esos libros y algunos otros me marcaron profundamente, abonaron el camino para lo que hoy soy, me abrieron enormes ventanales a una mayor consciencia. Impagable todo lo que esos autores y libros supusieron para mí, para mi “mayoría de edad” mental, emocional y espiritual; fueron plantando en mi corazón semillas nuevas, nuevas maneras de vivir y estar en el mundo, que he ido regando con cuidado y esmero, en un gesto de gratitud hacia la Vida y hacia los que de forma anónima sembraron y labraron mi alma.
Sí, tuve una profunda vida interior, que, ahora, echo de menos. Quisiera recuperarla, pero con matices. Con el tiempo, he ido comprendiendo que fue una especie de huída hacia dentro, no una elección consciente y voluntaria, un mecanismo de
supervivencia emocional al que accedí porque no tenía más remedio pero que me
mantenía de espaldas a la Vida, que me alejaba del mundo, que me encerraba en
mí misma, ajena a la realidad que sólo contemplaba desde la atalaya de mi alma.
Mi mente infantil no encontró otra fórmula que refugiarse en su interior para
escapar del dolor. Fue una época fértil, rica y muy profunda, pero “vivir hacia
dentro” tiene un precio: la soledad, alejarse de la Vida, otear horizontes pero
no atreverse a buscarlos, vivir las vidas de otros, enajenarse de la propia…
Dirigí y
concentré mi mirada en mi interior, todos mis esfuerzos a conocerme, me afané
en buscarme y en buscar respuestas a los porqués de la vida, intenté comprender
y comprenderme, darle un sentido a las cosas, ante todo, realizarme, aunque, en
aquel entonces, no supiera muy bien qué significaba ese anhelo que me quemaba
por dentro. Y, aunque eso significara, darle la espalda a cuanto me rodeaba.
En los
albores de un nuevo comienzo, reflexiono sobre mi vida pasada, para recuperar
la savia que me mantuvo viva y plena por dentro durante tanto tiempo. Pero he
aprendido que es preciso introducir varios matices.
No se
trata de “vivir hacia dentro” sino “desde dentro”. A simple vista pudiera
parecer que es lo mismo. Pero no. En el primer caso cierras las puertas a la
Vida, te alejas de la realidad, vives en un mundo que has creado para escapar
del dolor, para protegerte de las heridas que otros pudieran infligirte, para
evitar enfrentar los contratiempos y rigores del día a día, para eludir la
responsabilidad de tomar decisiones. No
puedes vivir permanentemente ajena a lo que te rodea, refugiada en una torre de
marfil como mera observadora de lo que pasa. Vivir significa implicarse, llegar
al fondo de las cosas, ensuciarse las manos, poner el corazón en lo que haces,
no ser simple espectadora de una obra de teatro que otros representan y con la
que tú te identificas, única licencia que te permites para sentirte viva.
Sin embargo
“vivir desde dentro” es otra cosa. Es cuidar el jardín de tu alma con esmero,
delicadeza y paciencia, es cultivar las mejores flores para regalarlas, y no
sólo para que adornen tu almohada, es entregar con ellas el mejor de los
perfumes y sembrar de belleza cuanto tus manos tocan. Es trabajarte por dentro,
iluminar tus sombras, pulir tus defectos, poner al servicio de la humanidad tus dones,
compartir tus talentos, dar siempre lo mejor de ti mismo.

Pero vivir
“desde el corazón” supone también un desafío a nuestra manera de vivir
acelerada y superficial, siempre corriendo hacia delante, huyendo hacia ninguna
parte, escapando de nosotros mismos, de nuestros fantasmas, de nuestras
miserias y sombras, de los recuerdos dolorosos, de las decepciones, errores y fracasos.
Vivimos en un mundo en que continuamente nos damos la espalda a nosotros
mismos, convencidos de que hay que mirar hacia delante y vivir “hacia fuera”,
inconscientes de que hay un alma que alimentar y un corazón que sanar. Nos
afanamos en seguir buscando la llave de la felicidad fuera simplemente porque
hay más luz, olvidando que la perdimos dentro.
Por eso,
creo que no es saludable ni vivir “hacia dentro”, de espaldas a la Vida, ni
“hacia fuera” dándote la
espalda. Hay una tercera vía, vivir “desde dentro”, “desde el
corazón”, una vía intermedia que integra la plenitud interior con la
autenticidad exterior. Porque sólo cuando eres leal con tu alma, puedes serlo
con la Vida, sólo cuando cultivas, atiendes, mimas tus mejores flores puedes, después,
regalarlas y esparcir por el mundo su fragancia.
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"Siempre queda algo de fragancia en la mano que da rosas" |