La oruga se durmió esa noche, presa de un
temblor infinito. Encerrada en su capullo no era capaz de adivinar lo que le
aguardaba al llegar el alba. Apenas distinguía recortada en el cielo la pálida
silueta de la luna y el parpadeo fugaz de alguna remota estrella.
“¿Cuántos universos de luz –se preguntaba
ensimismada- esperándome tras este velo que me impide ver con claridad? ¿Qué
habrá más allá de mí misma? ¿Acaso una
alas doradas como el sol, acaso un corazón peregrino y soñador? ¡Me gustaría
tanto aprender a volar! Sentirme libre, ligera como el viento, posarme en cada
flor y deleitarme con su aroma y su néctar..., y... héme aquí, agazapada en los
oscuros orificios de la tierra, arrastrándome siempre, rozando el polvo, el
sudor y las piedras, hurgando en el silencio de las ramas, escondiéndome entre
los huecos de los viejos árboles gastados por el tiempo, horadando la eterna
soledad de las hojas. Mi caminar se hace lento, y el cielo... ¡está tan
lejos...! ¡Cuánto daría por aprender a volar...! Sacrificaría hasta mi cuerpo,
lo poco que soy y todo lo que tengo.”
Los
párpados se le cerraron bajo el peso de su triste mirada y entornando los
labios en un amago de trémula sonrisa, se durmió.
Vencida
por el cansancio, se entregó al sueño, y ¿quién sabe si algún elfo travieso no
recogió su lamento?
A
la madrugada se despertó sintiéndose mojada. Creyó ser la caricia de sus
propias lágrimas. Mas era el fresco roce del primer rocío de la mañana. Sintió la
brisa suave robarle un suspiro y acariciarle el alma. Abrió los ojos y se
descubrió unas alas. Miró a su alrededor y le estalló la Vida dentro de su
frágil corazón.
¡Cuánta
luz derramaron sus ojos de nácar. Cuánta belleza multicolor desgranándose como
pétalos en el aire!
¡Cuánta
fé no destiló su espíritu tembloroso para hacer realidad tal metamorfosis!
¡Cuánto
amor no derrochó la noche para que de sus entrañas brotara el milagro!
La
dulce mariposa escapó de su capullo sonrosado desplegando sus alas en el azul
de la mañana.
Su
corazón, exultante de vida, pletórico de dicha, por fín... ¡Volaba!
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